El 11-S: anatomía de una cobertura en directo

Hace ahora nueve años, era corresponsal de la Agencia EFE en Nueva York cuando los dos aviones secuestrados por los seguidores de Bin Laden se estrellaron contra las Torres Gemelas. Uno de los acontecimientos más importantes que he cubierto en mi carrera periodística. Durante mucho tiempo me costó recordarlo con mesura. Me atrevería a decir que todos los que estábamos en la gran manzana ese día quedamos marcados de alguna manera. Coincidencia o no, lo cierto que escasamente dos años después abandone Nueva York y EFE. Estaba cansado, agotado, física y psicológicamente. Quizá por eso hasta ahora no he escrito mis recuerdos. Tengo que reconocer que la mayor parte del tiempo de ese 11-S y de los días siguientes estuve como en una nube y reaccione por instinto. Al día siguiente, el 12-S, tomé el tren que me llevaba a la oficina sin cartera ni dinero para pagar el billete. El revisor se apiadó de mí. Me figuro que debió pensar: ¿Quién viajaría a Manhattan a las 7.10 de la mañana al día siguiente del mayor atentado terrorista sufrido en Estados Unidos si no tuviera un propósito muy importante? Los seis periodistas de EFE que informamos de lo que ocurrió en Manhattan ese 11-S -74 noticias y cerca de una treintena de crónicas de radio-, lo hicimos porque nos gustaba nuestra profesión, sin esperar nada a cambio. No lo debimos hacer tan mal porque al año siguiente, el Centro Internacional de Prensa reconoció nuestro trabajo con el Premio al Mejor Corresponsal Español en el Extranjero que recuerdo me entregó Eduardo Sotillos en una emocionante y entrañable ceremonia en Madrid. Aquí la anatomía de su cobertura tal como el tiempo transcurrido lo ha difuminado o perfilado:

El 11 de septiembre de 2001 empezó como un día cualquiera. Todavía medio dormido, a las 7.10, tomaba el tren de cercanías en la estación de Scarsdale, un pueblecito de unos 17.000 habitantes a unos 30 kilómetros al norte de Manhattan. Unos 40 minutos más tarde enviaba a Madrid el mensaje de apertura de la oficina situada muy cerca de Gran Central, en la calle 43, y poco después las temperaturas –máx.26 y mín. 16-, mientras encendía la televisión para conocer como se preveía la apertura de Wall Street.  La rutina de siempre. Durante mis años como delegado de la Agencia EFE en Nueva York siempre me gustó abrir la oficina. La tranquilidad de las primeras horas me permitía planificar el día y revisar con cierta calma los diarios, The New York Times, The Wall Street  y The Washington Post. (¡Cuentas anotaciones mentales he tomado leyendo las crónicas de estos diarios!). Desde mis años en Washington me acostumbre a trabajar siempre con la televisión de fondo, conectada a algún canal de todo noticias. Me ayudaba a concentrarme. No lo escuchaba conscientemente pero, inconscientemente, seguía al presentador de turno  y en seguida levantaba la cabeza cuando sonaba la cortinilla de alerta o “breaking news”. Así escuche que al parecer algo se había estrellado contra las Torres Gemelas. Levanté la cabeza, incrédulo. ¿Era un anuncio publicitario, una broma? Lo veía pero no lo cría. Mire los teletipos para confirmar la noticia pero no había nada. Recuerdo que hablé con María Luisa Azpiazu, la delegada en Washington. Habíamos pasado muchas aventuras juntos y siempre había acertado cuando era importante. El “flash” lo di por teléfono.  Todo era muy confuso. Quería estar seguro de que la redacción central comprendía los matices. Una de las Torres estaba en llamas pero no estaba claro si era interno o externo, intencionado o  no, accidente o atentado. Todo apuntaba a que una especie de avioneta o algo parecido se había estrellado contra el rascacielos pero nadie se atrevía  a decirlo abiertamente. El primer urgente confirmando el suceso lo envié a las 9.09 -“Un avión se estrella….”- aún sólo en la oficina. A partir de entonces, todo fue una montaña rusa. Sin tiempo para pensar. Estos son los momentos para los que uno se prepara toda su vida. Si has aprendido algo, reaccionas por instinto y éste te ayuda a acertar. Mi mayor preocupación era no equivocarnos. Prefería retrasarme unos mínimos que tener que enviar a los 3.000 y pico abonados de EFE un desmentido o rectificación. Recuerdo que inmediatamente después de enviar el “urgente” se produjo una avalancha de llamadas telefónicas. Parecía como si las emisoras de radio y televisión de todo el mundo hubieran decidido llamar por arte de magia a la vez a nuestra delegación. Todas las líneas parpadeaban en rojo. La providencia me ayudó por primera vez. En ese instante entró por la puerta Víctor Martín, un veterano de RTVE que por las cosas de la vida se había trasladado a vivir a Nueva York y había sido repescado por nosotros para ayudarnos. Le concentró en dos cosas: coordinar con Madrid cómo y a quién se daban crónicas de radio y buscar reacciones de la comunidad y empresas españolas.  La mayor preocupación entonces era comprobar si se trataba de un atentado terrorista y el número de muertos. Eso obligaba a que los identificadores de las noticias fueran conservadores: “EEUU-AVIONES”. Nadie hasta el momento lo había definido de atentado y las emisoras locales habla de “al menos” seis muertos y un millar de heridos –el número oficial final es de 2.977 muertos más los 19 secuestradores-. Se derrumba una de las torres. Son las 8.50 y tengo que enviar el anuncio de previsiones, es decir los ángulos informativos principales que vamos a ofrecer a los abonados. Delante de mi ordenador, reflexiono unos minutos. Es importante –importantísimo- que acierte en como redactar los leads porque sé que encabezarán las previsiones que EFE enviará ese día a todos los medios de comunicación, y porque son como un escaparate. Si es llamativo y atractivo, los abonados esperaran tu crónica. En caso contrario, el trabajo se quedará en las bases de datos de documentación pero no saltarán a las primeas páginas de los diarios. Madrid me pide pocas y precisas. Los atentados se cubrirán desde muchos sitios, me explica. Opto por lo sencillo: uno del atentado por el lado más aséptico (¡para eso somos agencia de noticias!) y otra de las Naciones Unidas que, en teoría, celebra Asamblea General. Antonio Lafuente, el número dos de la oficina, ya se ha incorporado y envía la primera noticia sobre muertos: “El alcalde de Nueva York teme que el número de víctimas sea muy alto”. Le asigno dos ángulos: continuar con las víctimas y “color”, es decir una historia en tono personal sobre “cómo se siente la ciudad”. Escribirá una bonita crónica que titulará: “Nueva York vive la peor pesadilla de su historia”. Mientras enviamos un primer resumen y una nota de documentación sobre las Torres Gemelas –cuando se construyeron, etc.-. Alejandro Fernández, nuestro experto en Economía y aprendiz de director de músico y cine, se enfrasca en el efecto económico de la catástrofe. También distribuyo el trabajo para las  otras dos redactoras con que cuento, la puertorriqueña Ruth Hernández  y la catalana Montserrat Vendrell. La primera se encarga de la perspectiva hispana para nuestro servicio hispano y la segunda en teoría tenía que ir a la ONU. La llamó a casa para cambiar de planes. Nerviosa como una lagartija y avispada reportera, la pido que intente llegar a la zona cero o a alguno de los hospitales donde está previsto lleven los heridos. Quiero un testigo propio de la zona de la tragedia. La tarea de Montse no era fácil. Las calles están cerradas y la policía no deja pasar a nadie pero acepta el reto. ¡Crisis! Algo pasa. Mi secretario me comenta que no llegamos a Madrid. Las líneas están caídas. Intento llamar a Madrid pero no hay línea. Sin embargo, si entran llamadas. Qué curioso. Después comprendimos que las líneas telefónicas (incluido el satélite) habían quedado cortadas al derrumbarse el segundo rascacielos. ¡Horror! Un día como hoy y sin poder enviar información. La providencia volvió a sonreírme. De pronto suena el fax… y pensé: “si suena es porque tenemos una línea “live”, como dicen los estadounidenses. Efectivamente. El azar hizo que esa línea telefónica no pasara por la centralita del World Trade Center por razones que aún no acabo de comprender. Manos a la obra. Modificamos los cables y conectamos el ordenador central a esa línea. Irá despacio pero seguiríamos enviando. Con todo esto, me doy cuenta de que el tiempo se ha echado encima. Tengo algo más de treinta minutos para escribir mi previsión. Me encierro en mi pequeño despacho acristalado y pido que me dejen un rato de calma. Frente a la pantalla del ordenador, soy consciente de que debo escribir una de las historias del día. Una crónica-noticia que pueda perdurar en el tiempo y que reflejo  no sólo los datos – el contexto- de lo que ha pasado, sino los sentimientos que se agolpan a quien ha vivido en primera línea ese 11-S. De pronto, me doy cuenta de que todavía no he podido hablar con mi mujer. Lo he intentando varias veces pero las líneas están saturadas y los móviles no funcionan. Lo intento de nuevo. Unos segundos para tranquilizarla. Me cuenta, apresurada, que se marcha a casa de unos amigos colombianos porque el marido, “Pacho”, estaba en las Torres y todavía no ha contactado y no saben si está vivo. Carmen, su mujer, esta histérica, me señala. Cuelgo más nerviosos que antes. Por primera vez, la tragedia tiene un carácter personal. Ya no es algo que aparece sólo en las pantallas y los papeles. Intento tranquilizarme y me centro en escribir…. Por donde empiezo. Me revolotea en la cabeza lo que he visto en varias partes. Se trata de ataque más grande que ha sufrido EEUU, mayor que Pearl Harbor. ¿Cuántos muertos hubo entonces? ¿Cuántos han muerto en las Torres Gemelas? Ese ángulo me aporta más preguntas que respuestas. Opto por abrir otro… y escribo: “El día que hizo de Nueva York una ciudad aterrorizada….Por Rafael Moreno… Nueva York… 11 sep…” (la incluyo completa abajo). Fue una crónica difícil. Sin duda no una de las mejores que he escrito pero tiene el valor del momento y el lugar. No tengo ni idea si se publicó en algún periódico porque los días siguientes no tuve tiempo de revisar los índices de publicaciones. En el fondo me da igual. Lo importante para mi es que la escribí. Fui testigo de ese momento y cumplí mi obligación: transmitir la información. El día duró muchas más horas y, lo que en el fondo me preocupaba más, los días siguientes serían tan o más agotadores si fuera posible. Dude que hacer. Coordiné la cobertura nocturna con Azpiazu y me concentre en que hacer ¿Me quedaba a dormir en un hotel de Manhattan sin ropa para cambiarme pero asegurándome que estaría en la oficina a las siete de la mañana del día siguiente? ¿Me arriesgaba a volver a casa para ver al menos a mi mujer? Llamé a información y me aseguraron que los trenes de cercanías seguían funcionanando sin problemas. Era fantástico. La ciudad era un fantasma. Había sufrido el atentado más grave en su territorio de toda su historia y, sin embargo, los trenes de cercanías funcionaban. Las calles estaban vacías y la estación también pero el tren estaba allí. Eran las 12.00 de la noche y regresaba a casa. Tarde varios días en poder visitar la zona cero.  Lo logré gracias a mis contactos y de nuevo la providencia. El alcalde, Guliani, convocó una rueda de prensa para unos pocos periodistas y luego nos llevó a la zona cero para que presenciáramos las labores de rescate. Era de noche pero los focos hacían que pareciera de día con un alo un cierto fantasmal por las sombras y el olor a plástico quemado del lugar. Lo que más me llamó la atención fue un trozo de rascacielos que todavía permanecía erguido en la tierra. En el centro de la explanada, entre los escombros, destacaba una pequeña torrecita de cuatro pisos. Rápidamente nos aclararon que se trataba de los pisos vigesimosegundo y siguientes. La causa la extraña –única- forma con que las Torres Gemelas. La verdad es que  todo había sido único, especial. Después vino Irak… Afganistán… y una espiral de acontecimientos que nos ha traído hasta hoy. Con o sin sentido.

 EEUU-ATENTADOS/TORRES (previsión)

EL DÍA QUE HIZO DE NUEVA YORK UNA CIUDAD ATERRORIZADA

 Por Rafael Moreno

Nueva York, 11 sep (EFE).- Nueva York ya nunca será lo que era.

La ciudad de los rascacielos se ha quedado sin las Torres Gemelas. Han desaparecido los dos enormes  rascacielos desde cuyos miradores millones de turistas contemplaban Manhattan y, con ellos, la vida de centenares de personas, todavía imposible de cuantificar.

Eran el símbolo del capitalismo, de la honra neoyorquina, edificios simbólicos que todo visitante de Nueva York se llevaba de recuerdo en sus retinas o en sus cámaras fotográficas.

Pero lo más importante, los neoyorquinos por primera vez se han arrepentido de vivir en la “gran manzana”, una urbe que hasta hace muy poco se jactaba de ser la capital del mundo.

“Me quiero marchar. Ya no quiero vivir más en Nueva York. Demasiado peligroso, demasiado duro”, explicaba el mexicano Luis Alberto Camacho quien se salvó de la catástrofe porque se despertó más tarde de lo habitual  y se retrasó en llegar al trabajo.

El 11 de septiembre de 2001 quedará marcado en la memoria de todos nosotros, neoyorquinos o ciudadanos del mundo, como el día en que los terroristas derrumbaron de forma espectacular la moral y el orgullo de Estados Unidos, la potencia indispensable del siglo  XXI.

El terror, el pánico, la incredulidad y la zozobra son algunos  de los adjetivos para describir el horror que ha provocado  el atentado suicida con dos aviones comerciales previamente secuestrados contra las Torres Gemelas del complejo del  World Trade Center.

Nadie podrá olvidar la transmisión en directo de las imágenes de un avión empotrándose contra uno de los rascacielos y creando un enorme boquete por que salía fuego y humo y, poco después,  el derrumbe completo de los edificios como si fueran de papel.

La gente corriendo despavorida, aterrorizada, intentando huir de los cascotes que caían del cielo. Las calles repletas de zapatos de mujer pues todas se quitaron los tacones para poder huir más deprisa.

Muchos de las posibles víctimas son analistas y corredores de Wall Street que trabajaban en grandes despachos con perfectas vistas, como los de la firma Morgan Stanley  Dean Witter, la empresa con más metros cuadrados alquilados en el Would Trade Center.

“Nuestra máxima preocupación en este momento es conocer donde estas nuestros empleados y ayudarles en lo que podamos”, se limitó a decir Phil Purcell, presidente de la firma que cuenta con 25 de las 110 plantas de una de las dos torres que quedaron destruidas.

La zona sur de Manhattan quedó completamente cerrada, desierta, como si fuera una zona de guerra, y la isla fue cerrada a cal y canto por las autoridades municipales, al clausurarse los  puentes y túneles que la conectan con tierra por orden de la policía.

El miedo a más atentados y la devastación provocado por el derrumbe de las Torres Gemelas, que daño  las líneas telefónicas y los repetidores de televisión, impregnó rápidamente en los centros de poder y financieros, e provocó la inmediatamente evacuación de la  bolsa de Wall Street y las Naciones Unidas, así como las oficinas de la mayoría de las empresas.

Las autoridades no han querido hablar de número de muertos o víctimas pero es evidente que centenares de personas han quedado sepultadas en los escombros de las torres demolidas o dentro de las mismas, ya que mucha gente quedó atrapada en los pisos más altos.

La gente intentó huir como podía y corría por las escaleras de los edificios, lo poblados normalmente por unas 100.000 personas al día, pero a partir del piso 40 la acumulación era tan grande que hacía muy lenta la evacuación por ese camino.

Los hospitales de la ciudad con cerca de ocho millones de personas, quedaron rápidamente saturados de enfermos, mientras voluntarios formaban largas colas ante los centros sanitarios para dotar sangre y ayudar en lo que fuera necesario.

A media tarde, las calles de Manhattan permanecían desiertas como si se tratase de una ciudad fantasma y un extraño silencio invadió todo ante la falta de autobuses y del tráfico rodado que fue prohibido en la mayor parte de la zona sur de la isla.

Rápidamente, el trauma y la consternación se tornó el rabia e indignación y muchos asociaban los atentados a la postura de Washington en Oriente Medio, al estimar que la Administración Bush no ha hecho nada para buscar la paz entre los palestinos e israelíes.

“No importa lo grande que sea la injusticia en el mundo, nadie debería llevar a cabo estos actos tan terroríficamente violentos que cuestan la vida a tantas personas, señaló el profesor de la Universidad de Nueva York, Laurin Raiken, uno de los testigos presencial de este día imborrable.

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Comentarios

  • Ginés Soriano  El 25/09/2010 a las 12:41

    Hola Rafael. Emocionante relato de un día que, además, tiene la fascinante singularidad de que todos sabemos qué hacíamos en el preciso momento en que tú te preguntabas si aquello era un anuncio publicitario o una broma, o cuando estabas enfrascado en las previsiones después de derrumbarse la primera torre, o cuando tomas el tren de regreso a casa… Aquel día comenzó el siglo XXI y los que no tuvimos la fortuna de contarlo nos dimos el regusto de seguirlo en directo. Gracias por relatar la intrahistoria de los que nos lo hicisteis llegar.

    Por otra parte, la crónica se publicó seguro, la recuerdo, sobre todo la inquietante imagen de esos «dos enormes rascacielos desde cuyos miradores millones de turistas contemplaban Manhattan» hasta ese día, en el que fue Manhattan -el centro del mundo- y todo el mundo detrás, quien giraba la mirada y contemplaba los restos de lo que había sido el «símbolo del capitalismo».

    Un abrazo

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